Decidió no poner foto aquella noche, ya había demasiadas bromas al respecto, pero la realidad era que estaba terminando otra noche sentado en su balcón, con los auriculares puestos y un bourbon en la mano. Sabiendo que el día siguiente era festivo, tiró de todos sus (escasos) hilos para echarse a la calle en busca de un poco de diversión y compañía, pero no lo consiguió. Tan solo recibió una oferta de una amiga, dueña del pub de moda, para dar una vuelta por allí mientras ella trabajaba. Y aunque se lo pensó por un momento, al final decidió que aún no estaba tan desesperado como para ir a beber solo a un bar.
Así que disfrazó su soledad y su decepción de plan de Juan Palomo y publicó la foto en Internet con fingida autosuficiencia y complacencia, zambulléndose de cabeza en la falsa felicidad de las redes sociales que él tanto criticaba.
Así pues, cuando la madrugada certificaba que ningún mensaje más iba a entrar en el móvil, asumió que debía expiar sus pecados en aquel lugar en el que le era imposible esconderse de sí mismo, en el que todo lo que llevaba por dentro emergía sin control, y en el que la mezcla de canciones y alcohol le ponían en su sitio de verdad. Porque tenía que reconocer que aquella noche en que tanto ansiaba compañía había tirado de todos sus hilos menos de uno: sin ser capaz de decidir si aquello había sido malo o peor, el único hilo del que no tiró fue el de Ella.