Sentado en su balcón decidió, por primera vez en semanas, bajar sus defensas y dejar volar su imaginación. Se vio en su casa, recibiendo aquellos mensajes de Ella que parecían incitar a una conversación pero sin atreverse; se vio quedando con Ella de manera improvisada, como aquella ya lejana tarde de diciembre; se vio dejándose dominar de nuevo por sus labios de fuego, con un ardor y una pasión que sospechaba que Ella solo desataba con él; se vio entrando en su casa con Ella, y arrancándose la ropa mutuamente sin mediar palabra; se vio fundiéndose con Ella, gozando de sus cuerpos y de sus almas; se vio tocando el cielo, con Ella acurrucada en su pecho, pensando que no podía existir nada mejor que aquello.
Apuró el bourbon y se levantó, dispuesto a irse a la cama, aunque sabía que no iba a dormirse pronto: primero tendría que volver a traer al redil a su cuerpo y a su imaginación.