Se dio cuenta, de repente, de que llevaba una semana sin escribir nada de nada. Y no era porque no pensara en Ella a menudo, porque sí que lo hacía.
Era porque, al final, no había ni grandes decisiones, ni momentos melodramáticos, ni escenas a cámara lenta con banda sonora de fondo, ni romanticismos desbordados haciendo saltar corazones en pedazos. Era simplemente la vida y sus cosas sencillas, las rutinas del día a día, las que le conducían por su propio camino y le guiaban hacia nuevos destinos.
Porque, ahora que todo había cambiado, y por mucho que supiera que nunca podría dejar de amarla, algo en lo más profundo de su ser le decía que, si ya no había sido, es que nunca iba a ser.