Se sintió como un auténtico imbécil por encontrarse tan identificado (y también a Ella) con el protagonista de una película infantil de trolls y su amor auténtico pero no correspondido, y ver luego otra de Sus publicaciones en redes sociales dedicada a otra persona.
No la culpaba, eso seguro, pero él ya se empezaba a quedar sin argumentos: se agotaba la ilusión, la esperanza, la complicidad, el deseo, la pasión, incluso la resignación. Lo único que le quedaba era pena y desazón, y mucho más después de haber vuelto a pasar, por primera vez desde diciembre, por aquel aparcamiento donde Ella le regaló Sus labios por última vez.
Nunca podría olvidarla, pero aquello tenía que acabar.
Acabar de verdad.