No la esperaba, pero Ella apareció. Y a partir de ese momento, todo fue como siempre: hablaron, y rieron, y se miraron, y brindaron, y debatieron, y discutieron, y se enfurruñaron, y se perdonaron, y volvieron a reir, y se emborracharon, y la acompañó a casa agarrados el uno al otro para no caer, y se miraron al despedirse, y se abrazaron fuerte y largo, y, en vez de besarse, cada uno tiró para su lado.
Y como siempre, a él le faltó el aire, y le dominó la rabia, y se le hizo un nudo en la garganta, y se esforzó por no gritar, y luchó por contener las lágrimas. Y, mientras volvía a casa con el peso de todo el universo sobre los hombros, maldijo aquel amor eterno y doloroso, aquella devoción inverosímil, aquel vínculo irrompible.