Justo cuando estaba apurando el último sorbo de bourbon, convencido de que ni el alcohol, ni la música ni las vistas merecían la, pena contra el frío y la tristeza, vio caer una estrella fugaz justo ante sus narices.
Y, como si no hubiera sufrido nada, como si no hubiera aprendido nada, como si no hubiera jurado y perjurado nada, el deseo salió de sus labios instintivo e instantáneo, igual de fugaz que la estrella: «que Ella me ame».