Casualidad

Y llegó el día del primer bajón, el primero de verdad. El día en que se le reveló cuán duro iba a ser el camino en realidad, el día en empezaron a verse las cartas y a caer las máscaras. Se sintió tan frágil, tan desamparado, tan vapuleado, que le aterró pensar en si aquellos últimos años en que todo se había ido enfriando las apariencias se habían mantenido por sí mismo o por ser, simplemente, «el consorte de xxx».

En su defensa se podría decir que muy pocos habrían soportado el estar en su antigua casa empaquetando ropa y pertenencias mientras, a escasos cincuenta metros de su ventana, estaba Ella disfrutando de la tarde con «la otra parte» de su recién disuelta sociedad. Un plan como el que habían disfrutado decenas de veces juntos, el mismo plan  que él había deseado y necesitado con todas sus fuerzas desde el diciembre anterior, pero que no se había vuelto a repetir justo hasta que su silla estaba vacía. Cualquiera diría que había sido una simple casualidad, pero a veces hasta las casualidades más fortuitas dolían como un hierro al rojo vivo sobre la piel.

Y ese era el problema, que hasta una simple coincidencia, envuelta en el silencio más pertinaz, podía convertirse en la tortura más atroz, especialmente para alguien que atravesaba el momento más crítico de su vida. Alguien cuyo único anhelo era sentirse arropado y apoyado, que se conformaba con saber que la gente a la que quería también le quería a él.