Ella le había escrito, al fin, y aunque fuera para un asunto tecnológico sin importancia, y él ni siquiera hubiera sido Su primera opción, el caso era que le había escrito. Y él se regocijó por ello.
Pero, después de los primeros mensajes, y al ver que Ella parecía tener ganas de charlar, empezó a preocuparse: no tenía nada que contarle. En aquel momento, su vida se reducía a confinamientos continuos, trabajo extenuante y vida triste y desastrosa, y no le parecía ni apropiado ni aceptable, para una vez que hablaban, ponerse a disparar penas y miserias como una ametralladora. Primero, porque Ella estaba en vías de recuperación y no quería agobiarla con sus mierdas; y segundo, por la odiosa y detestable promesa de dos meses atrás.
Así que, por miedo a dejarse llevar y fastidiarlo todo aún más, decidió cortar la conversación antes de tiempo, prometiendo brindar por Ella aquella noche en su balcón. Pero, inesperadamente, Ella hizo un intento de retomar la charla un rato después cuando él ya sí que no podía leerlo, y para cuando puedo contestar, ya no obtuvo respuesta.
Horas después, derrotado por el cansancio y por sus párpados cerrados, enfiló el camino hacia la cama en lugar de hacia el balcón, posponiendo el brindis para la noche siguiente. Y convencido de que podrían estar toda la eternidad en el mismo bucle: buscándose el uno al otro sin parar, pero nunca al mismo tiempo.