Era notable cómo incluso su subconsciente, aquella parte imprevisible e indómita de su mente que se encargaba de sus sueños, se iba adaptando a la realidad: había soñado que organizaba una reunión por la que iban pasando personas importantes para él, unas reales y otras ficticias. Pero, en un momento dado, alguien le anunciaba que Ella había llegado, que estaba fuera de la casa. En un incomprensible alarde de orgullo, él decidió que era más importante su papel de anfitrión que ir a verla, esperando que fuera Ella quien entrase a verlo a él. Pero para cuando quiso rectificar y salió a su encuentro, ya era tarde: Ella se marchaba en el coche de alguien más, y apenas si llegó a ver su melena apenas un segundo.
Sí, era notable, y también muy triste, que el mundo onírico de su cabeza, acostumbrado a hacer posible hasta lo más insólito, fuera tan parecido a la cruda realidad.