En medio de su enésima noche de insomnio pensaba en cuánto estaría dispuesto a dar por volver a aquella tarde de principios de diciembre, por volver a estrecharla en entre sus brazos, por volver a sentir el mullido roce de Sus labios. Y decidía que, en caso de tener algo, lo que fuera, lo entregaría sin dudarlo por Ella.
El problema es que no tenía nada, aparte de dos docenas de canciones que podrían haber sonado por los altavoces de su coche en aquel momento. Dos docenas de canciones que ilustraban por completo lo que significó aquella tarde para él. Dos docenas de canciones que describían con absoluta precisión una sensación, un sentimiento, una experiencia vital de otra forma inenarrable. Dos docenas de canciones que pasarían inadvertidas para el resto del mundo, cuyos matices y significado ninguna otra persona comprendería.
Dos docenas de canciones que nadie escucharía, ni siquiera Ella.