Aunque seguía esforzándose por mantener la mente en blanco para huir de aquel pozo negro en que se había convertido su interior, las canciones y el bourbon le arrancaban de vez en cuando un mar de lágrimas que no era capaz de refrenar. En aquellos momentos de desesperación, se preguntaba qué sucedería si fuera él quien cogiera el teléfono y le escribiera a Ella para verse, para saciar su ansia con un beso, para tener un instante de satisfacción.
Aquella era la parte buena de su promesa de silencio, que nunca lo sabría; y a aquella pizca de magia y de misterio era a lo único a lo que se agarraba cuando los demonios clavaban sus garras en lo más hondo.