Acababa de colgar el teléfono. Ella le había llamado, tal y como le dijo, y le había contado entre sollozos cómo había tocado fondo dos días antes. Y él, desconcertado y desarmado por Sus lágrimas, sólo supo parlotear como una cotorra y recurrir a los tópicos de siempre.
No hubo palabras grandilocuentes, no hubo declaraciones de amor, no hubo frases ingeniosas ni recetas mágicas. Pese a haber esperado con ansia aquella llamada, tenía la sensación de haberla estropeado, de no haberle ofrecido lo que fuera que Ella esperaba de él, y aquello terminaba de triturarle el corazón.
Porque, si ya era bastante terrible tener que esconder y renunciar a sus sentimientos, cagarla en una de las escasas ocasiones en que Ella se apoyaba en él le convertía en un auténtico incompetente, y lo que era peor: hacía que volviera a planear sobre su cabeza el negro Silencio que tanto le aterraba y que le drenaba la vida.