Le era imposible poner en palabras todo lo que habían vivido aquel sábado: las confesiones, los secretos, la intimidad, las miradas de corazón a corazón. Lo único que faltó fue haber podido estar a solas un rato, aunque casi mejor que no ocurriera, porque con las defensas tan bajas, la emotividad desatada y el alcohol a raudales, a saber qué habría pasado y cuánto se habrían complicado las cosas.
Además, él sabía que en cuanto se metiera en la cama y cerrase los ojos Ella vendría a su encuentro; sin disimulos, sin apariencias, sin complicaciones, incluso sin ropa. Y lo iba a disfrutar, eso seguro.