Pero…

Llevaba todo el día dándole vueltas al tema de que ya no tuviera contacto con Ella y, mientras apuraba otro sorbo de bourbon en lo que se había convertido la tradición de «las noches de sábado on the rocks«, se planteaba cuánta parte de culpa se podía atribuir a sí mismo. Partía de la base de que, de haber sido por él, le habría escrito a todas horas, y más teniendo en cuenta que el año anterior había estado viviendo solo. Pero ambos tenían familias, y él no quería causarle problemas, y por eso le repitió mil veces que no quería ser pesado, que quedaba a Su disposición. Pero…

Luego llegó la aquella guerra sin sentido que les pilló por el medio y lo arruinó todo. Aquella guerra que le arrebató lo poco que le quedaba, y tras la cual él le pidió abiertamente socorro, en la que le suplicó que tirase de él para no ahogarse del todo. Pero…

Después llegó el confinamiento, con su presión sobrehumana y las situaciones imposibles, y él trató de vestir una brillante armadura que ya ni brillaba ni protegía, pero que al menos podía relajar el ambiente. Pero…

Y, por último, junto con el calor del verano hizo su aparición el sentimiento de resignación y futilidad: después de tantos meses,¿para qué volver a revolverlo todo? ¿Para qué tratar de llamar a puertas que ya estaban tapiadas? Ocasionalmente se volvía a encontrar con Sus ojos, pero…

Así que sí, también podían acusarle a él y no lo negaría, pero la sensación de que había estado los dos últimos años bailando al son de Sus hilos no se la quitaba nadie; que Ella había aprovechado los acontecimientos para librarse de un lastre que le pesaba, tampoco; y que había escogido la peor manera, en vez de sentarse con él una tarde y decirle con calma que necesitaba tomarse tiempo y distancia para romper aquel vínculo, menos todavía. Pero cada cual gestionaba su vida, sus circunstancias y sus sentimientos como mejor sabía o podía, y Ella había preferido salir corriendo hasta que todo se calmase, como decía aquella última canción que le había enviado, dejándole a él en medio del ruido y del caos.

Al final, lo único cierto era que, por muchas vueltas que le diera, él continuaba apurando tragos de bourbon en el silencio de la noche en su terraza, viendo como las luces del barrio se apagaban una tras otra, mientras él seguía allí anclado. Porque no podía dejar de amarla, pero…