Él, que tan dado era a regodearse en aniversarios y fechas especiales, tenía miedo comenzar el mes en el que, justo un año antes, todo se había derrumbado y había convertido su vida en un auténtico suplicio. Sobre todo, y lo peor, era recordar aquella conversación que empezó con lágrimas y terminó con un beso único y maravilloso, y que acabó siendo arrastrada por la misma tormenta que sepultó pudo lo demás.
Pero la dificultad permanente que sentía para seguir escribiendo sobre Ella le estaba demostrando que ya no merecía la pena; que, tal y como decían en uno de sus libros favoritos, «el mundo se había movido» trastocándolo todo y creando una nueva realidad; que, pese a algunos coletazos del pasado, Ella ya no iba a volver. Así que, cuanto antes enjugara sus lágrimas y cosiera sus heridas, antes podría empezar a vivir de nuevo.