Y seguía allí sentado, con la música indebida sonando en sus oídos y en sus entrañas, con un par de copas de más en la mano y en el corazón, decidiendo si las lágrimas que no cesaba de secarse se debían al convencimiento de que Ella había salido de su vida para siempre, o a la rabia por seguir derramando lágrimas por Ella sin poder controlarse.