Razón

Intentó por todos los medios que aquella primera noche de salir a cenar tras el confinamiento fuera lo que se esperaba, pero no lo consiguió. Le faltaba conversación, no se encontró cómodo en ningún momento, y por más alejado que trató de estar de Ella, la brisa le traía Su perfume con implacable constancia. Trataba de centrarse en las conversaciones inmediatas, pero sólo escuchaba la voz de de Ella, y tenía que reprimir las respuestas y las ganas de mirarla. Se dejó arrastrar a una charla política que terminó de enfangar su ánimo, y a partir de ahí el naufragio fue absoluto.

Pero entonces, cuando llegaron a la puerta de uno de los pocos bares abiertos y Ella repitió la frase de siempre, la misma a la que él se agarraba como a un clavo ardiendo, la de «¿y ya nos vamos a ir a casa?» pero en una voz tan baja que denotaba que no iba dirigida a él como tantas veces antes, fue cuando el mundo terminó de caérsele encima.

Pocas veces en toda su maldita vida le había dolido tanto convencerse de haber acertado, de tener la razón.