Había llegado a creerse que estaba haciendo progresos, pero hizo falta muy poco para demostrarle cuán equivocado estaba. Y no porque el poema no fuera bellísimo y extraordinarias las voces que lo declamaban, sino porque podría haber sido un signo de complicidad, un guiño, una señal, un atisbo de ese milagro que él seguía esperando en contra de sí mismo. Pero no, no fue nada de aquello. Fue un vídeo compartido en un grupo de chat. De hecho, la mayoría de la gente de aquel grupo ni siquiera se dignó en contestar, ni en agradecer que les dedicaran semejante pedazo de puro arte cantando a la amistad. Como decía el viejo refrán, Dios da pan a quien no tiene hambre…
Él, por contra, se tragó aquel poema como si fuera una cuchilla que fue desgarrando todo a su paso, como un golpe de estaca que le mandaba directo al barro otra vez. Así que se permitió una tarde de revolcarse en el cieno, de llorar por dentro, porque tratar de levantarse rápido de golpes semejantes solo hacía que volviera a caer. Daba igual todo, porque los milagros no existían, por mucho que Jon Bon Jovi se empeñase en cantarle lo contrario.
Al menos una cosa tenía clara: el camino iba a ser duro y doloroso, y aunque lo peor aún estaba por llegar con los reencuentros, los viajes o las celebraciones, aquel camino era su única opción. Por mucho que doliera, por muchas lágrimas y canciones desperdiciadas, por muy privado que se viera de Su risa, aquel era el único camino posible.