El hecho de que fuera por obligación autoimpuesta no restaba ni un ápice a la tristeza que le causaba no saber absolutamente nada de Ella. Eso lo dejaba todo a su imaginación, lo que era un arma de doble filo: era capaz de revivir momentos especiales atesorados en su memoria, imaginar mensajes, o llamadas, o incluso encuentros milagrosos que arreglasen todo; pero también podía imaginar conversaciones, discusiones, conspiraciones y tradiciones mortales que inflamaban su ánimo y arruinaban sus días.
Todo era posible en un mundo irreal y fantasioso, pero si estaba gobernado por la prohibición y la represión el camino siempre terminaría siendo oscuro y doloroso.