De pronto, sin saber muy bien cómo, sin haberlo visto venir, se encontró ante el indicio de otros ojos, la propuesta de otros brazos, la promesa de otros labios. Y se quedó petrificado.
No fue solo la sorpresa, ni tampoco el vértigo de una situación inesperada; lo que le cortó la respiración fue la imagen de Ella haciéndose añicos en su cabeza. Y sí, era ridículo sentir aquel tipo de lealtad por alguien que no era su pareja, que parecía que no le amaba, que desde hacía meses ya casi ni siquiera estaba. Pero se había repetido tantas veces que si tenía que romper las reglas sería solo por Ella, que había llegado a creerlo por completo.
Solo por Ella. Qué ironía.