Sísifo

Empezaba a odiar los fines de semana. De lunes a viernes eta capaz de aislarse, de bloquear sus sentimientos, y de casi no notar las toneladas de dolor y melancolía de Su silencio que le aplastaban sin piedad. Pero al volver el fin de semana también volvía la incertidumbre de si se verían o no, de si Ella seguiría instalada en aquella indiferencia implacable y, lo peor de todo, la ingenua esperanza de que, de alguna manera mágica y misteriosa, aquel naufragio de amor se desharía y Sus manos y Sus ojos volverían a buscarle como antes.

Se sentía como Sísifo, empujando una gigantesca piedra montaña arriba, que cada viernes por la tarde volvía a rodar inexorable hasta la base.