Aún le quedaba una remota esperanza de pasar un rato con Ella aquellas fiestas. Había preparado las excusas para adelantar varias horas su viaje de vuelta, se las había ingeniado para convencer a unos y otros de rescatar viejos disfraces, y aunque faltaba hablar con Ella y todo estuviera cogido con alfileres, no era imposible. Pero justo el día antes enfermó, y todo el castillo que había construido en el aire se vino abajo una vez más.
Quizá aquello era otra señal, porque si incluso su cuerpo se volvía en contra de aquel amor medio marchito, es que nada había que hacer ya.