Por eso había escrito tantas veces que con Ella nunca salía nada como esperaba. Siempre ocurría algo imprevisible, como que Ella aceptase al final su invitación de año nuevo. Se presentó allí sonriente, especialmente hermosa, y aunque ambos mantuvieron una discreta distancia, sus ojos chispeaban como antaño. Por eso él, ante la única oportunidad que se le presentó, y sin asumir más riesgos de los debidos, se aventuró a ir a su encuentro en la cocina, rozar Su brazo levemente y agradecerle que hubiera venido mientras se acercaba con cuidado para darle un beso amistoso. Ella titubeó un momento como decidiendo si iba a poner los labios o la mejilla, y aunque él optó directamente por la segunda opción, aquel atisbo de duda le hizo regocijarse por dentro.
El año acababa de empezar, su propósito estaba recién hecho, y él estaba convencido de que habría más ocasiones, como en la comida de la vieja pandilla que iban a celebrar al día siguiente. Pero de lo que estaba totalmente seguro, sin ningún género de dudas, era de que en los siguientes doce meses se volverían a besar, y de que aquel vaivén perpetuo que los arrastraba desde hacía años iba a terminar, de una forma u otra.