Al final, tuvo que escribirle. Habían quedado para ir al cine antes de aquella tarde extraña donde todo acabó patas arriba, y él tenía que asegurarse de que el plan seguía en pie. No quiso meter el dedo en la llaga porque bastante trabajo le costaba mantener sus ojos libres de lágrimas, así que optó por ser escueto y aséptico. Ella contestó rápido quitando hierro al asunto y él, aunque se atrevió a echarle una pequeña reprimenda, optó por echarse parte de la culpa y tratar de obviar aquella nueva espina clavada entre ambos. No le hizo falta pensarlo mucho para decidir que prefería disfrutar de su sonrisa y su compañía de vez en cuando que tener la razón.
Pero tener la certeza (después de Su confirmación) de que Ella tampoco andaba en su mejor momento y obligarse a permanecer al margen eta algo que le costaba sobremanera, y más después de que Ella le acusara de no hacer nada. Algo dentro de Ella, profundo y primario, pugnaba por salir, pero solo se hacia patente en sus días «impertinentes», él era incapaz de obviarlo.
Y, sin embargo, una pequeña luz de alarma titulaba en su interior, advirtiendo de que no debía intervenir: su instinto le decía que el cambio de los últimos meses seguía vigente, que él no fue el motivo de que Ella perdiera la compostura sino una de las últimas gotas en Su vaso. Por tanto, cualquier cosa que dijera seguramente no haría sino empeorar las cosas. Y bastante mal estaban ya.
Así que se convenció de que lo único razonable era la cautela, y más en vista de la nueva ola de silencio que se avecinaba.