De verdad que no lo comprendía, no entendía cómo acababa siempre todo enmarañado, con lo bien que había empezado. Ella le escribió para unas cañas, y aunque ya tenía planes, los retrasó para estar con Ella; fue un rato tan agradable que Ella incluso le invitó a comer, pero él tuvo que declinar. Aún así, le propuso que se reunieran más tarde para tomar una copa, con poca convicción porque le parecía que no era el día más apropiado. Pero cuando menos lo esperaba, llegaron más mensajes Suyos urgiéndole a «provocar» un encuentro, y él no se lo pensó. Al final terminaron apartados del grupo, quizás con más alcohol de la cuenta, con molestas interrupciones, pero juntos, y a él se le salía el corazón por la boca. No se creía que estuvieran así, después de tanto silencio y tanta distancia en los últimos meses, y aún sin saber qué pensaba Ella. Pese a todo, le habló de cuánto la echaba de menos, de cuánto se acordaba de Ella a todas horas, de cuán hondo se le clavo su «que sepas que siempre«. Pero el tiempo corría, estaban rodeados de gente y con móviles vibrando sin parar, y decidió acompañarla a casa soñando con un escarceo en el portal que no llegó por culpa de un vecino. La vio entrar, sintió la misma dolorosa punzada de cada vez que se separaba de Ella, y emprendió camino a casa.
Y entonces lo estropeó todo, con su mejor intención, como siempre, pero lo estropeó.
Continuará…