Su coche seguía devorando kilómetros en medio de la noche, alejándole de su vida, llevándole de nuevo a aquel pozo oscuro que todo lo devoraba y que le dejaba vacío y gris por dentro. Daba igual la radio o la música, cuando llegaba el momento de conducir hacia el destierro las comisuras de sus labios caían tanto que amenazaban con salirse de su cara. Sin ilusión, sin esperanza, sin motivación.
Al principio se consolaba pensando en Ella, pero ya ni siquiera le quedaba aquella quimera. Tan solo dejar pasar los días, igual que dejaba pasar los kilómetros.