Puestos a pedir, daría todo por salir una noche con Ella, en una ciudad donde nadie los conociera a nadie y a nadie le importaran; donde pudieran reír y bailar hasta que les dolieran los huesos, y pudieran hablarse al oído y sentir el aliento del otro en el cuello; donde pudieran pedir una botella de tequila y liarse a chupitos hasta caer de espaldas, y pudieran mirarse sin parar hasta que les sangraran los ojos; donde los únicos suspiros y resoplidos fueran los que salieran de sus bocas al separarse, y al bajar del taxi sus pasos les llevaran a una misma cama.
Pero la realidad era la que era, y al final, un simple rato hablando de cosas mundanas como el trabajo, los niños o la dieta, le acababan devolviendo la vida que la Tormenta le había arrebatado.
Un ratito de estos de vez en cuando, tampoco era tanto pedir.