Después de meses de autoconvencimiento, de aceptar que nunca iba a haber un «Ella y él», de creerse que estaba listo para cambiar de dirección, había bastado un puñetazo en la mesa de Ella para que, de nuevo, a él se le cayera el mundo encima y corriera a pedir su perdón y su amistad.
Incluso después de aquello seguía sin saber qué significaba él era Ella, pero sí tenía claro lo que Ella continuaba significando para él.