No soportaba aquellos días en que llegaban a horas distintas, y mientras uno terminaba y empezaba el otro se mantenían a distancia, sin cruzar palabra, y hacían como que no se veían y como si no se conocieran. Aquel día fue él quien se marchó sin despedirse, después de alargar todo lo que pudo su estancia, tratando de asegurarse de que pudiera verle, mientras Ella miraba a todas partes excepto a él.
Se habría conformado con haber podido levantar una mano y dedicarle una media sonrisa, pero acabó dando la media vuelta y la espalda, caminado hacia el coche triste y enfurruñado como siempre, con un sabor amargo en la boca que tardaría horas en desparecer.