Ella le prometió cuarenta y tres besos o cuarenta y tres tirones de orejas por su cumpleaños y, entre risas, él eligió los besos. Al final de la noche, cuando el sueño y el alcohol le vencían definitivamente, echó sus cuentas, descontando saludos y despedidas:
Ella aún le debía treinta y siete besos.