Pensaba en Ella, y en lo fácil que sería, aprovechando que estaba solo durante unos días, escribirle para quedar y tomar un café. Se veía sentado con Ella, charlando animadamente, riendo a carcajadas, y deleitándose con su mirada, y con alguna mano que rozara descuidadamente su brazo. Luego se acordó de que hacía días que no sonreía, de que su mundo estaba casi derrumbado, y de que, casi con toda certeza, le esperaba otro año de soledad y de exilio. Otro año de no verla, de añorarla, de morderse a diario los dedos para no escribirle, de salir otra vez por completo de Su vida.
Y decidió que mejor no, que no le iba a proponer ese café. Porque, además, Ella podría rechazar la invitación. Y eso ya sería demasiado.