Ya se había sentido mal el día anterior, cuando Ella le escribió para proponerle salir a tomar algo con el grupo, y él tuvo que decir que no por culpa de un compromiso adquirido con anterioridad. Él sabía que aquella proposición no indicaba nada, era un simple gesto de amistad y de querer echarle una mano, pero siempre le dolía perder una oportunidad de estar con Ella. Pero cuando, al día siguiente, Ella volvió a proponer llevarse a todos a la piscina para que él se quedara solo y pudiera estudiar, los viejos vicios emergieron de la nada y empezaron a retorcer sus entrañas como antaño, sin que él tuviera fuerzas para impedirlo. Y todavía no había llegado lo peor: se marchaba de viaje el sábado siguiente, cuando se celebraba otro evento de aquellos eventos sociales que tanto les gustaban, en el que se suponía que se tenían que desquitar de la «separación forzosa» de la última vez, y para el que, con tal de poder asistir, él llevaba semanas adelantando y organizando trabajo y tareas. Sabía que todo había cambiado, que tenía que aceptar la realidad y no dejar que le afectara como antes, pero tanto desencanto todo junto, y tan de golpe, no había mazmorra que lo contuviera.
Sólo un consuelo había obtenido: no ir a aquella piscina seguiría manteniendo inmaculado el recuerdo de la maravillosa tarde que pasaron juntos casi dos años antes, cuando Ella todavía le amaba, cuando él lo dejaba todo y acudía corriendo si Ella le decía «anda, ven».