No había sido capaz de dejar de pensar en Ella ni un solo minuto del día. De hecho, le escribió varias veces, aunque al final no le enviara ninguno de los mensajes. Y todo, porque tras el primer momento de desconcierto y estupor que le dominó al leer su respuesta, sintió cómo una sombra se colaba en su interior y se enterraba en lo más profundo de su alma. Fue como si, de pronto, hubiera abierto los ojos y se hubiera dado cuenta de cómo era todo en realidad.
Pero la prioridad era la que era, y aunque estuviera convencido (ahora más que nunca) de que realmente no podía hacer nada para que Ella se sintiera mejor, su humanidad y su conciencia le impedían quedarse de brazos cruzados. Al fin y al cabo se trataba de Ella, y por una vez prefería correr el riesgo de ser un pesado al que Ella tuviera que frenar, a quedarse corto y dejarla sola en semejante trance.
Ya tendría tiempo más adelante, cuando Ella estuviera mejor, de preocuparse por aquella sombra que había matado sigilosamente su última esperanza, y que le había devuelto de golpe al lugar que realmente ocupaba en Su vida, aquel que él se empeñaba en no querer ver.