Hasta aquella tarde, no fue consciente de cuán duro iba a ser realmente mantener su decisión. Porque aquella tarde volvió a verla cansada, volvió a ver un matiz frágil en Su cara, Su voz volvió a sonar apagada. Y quiso preguntarle muchas veces qué le ocurría, pero logró no insitir; y quiso volver a ofrecerse para hablar, pero consiguió guardar silencio; y quiso volver a quemar todos sus planes cuando Ella le preguntó por un horario imposible, pero logró mantenerse firme; quiso tomarla de la mano cuando se despedían para rogarle que se cuidara, pero pudo contenerse; y quiso salir corriendo tras Ella cuando se paró en la puerta, pero no lo hizo. Aunque lo logró, habría preferido cortarse una mano antes que hacer todo aquello.
Más allá de aquel amor desmesurado que nunca dejaría de sentir, lo cierto era que Ella hacía aflorar toda la ternura, toda la delicadeza, todo el afecto, todo lo mejor que había en él. Y encerrar aquella parte de si mismo en el cuarto oscuro iba a ser como renunciar a su propia humanidad.