Caducidad

Aunque se lo veía venir, las horas de insomnio no hacían sino empeorar su problema: su mente no dejaba de pensar, de analizar, de interpretar, de concluir. Lo último era intentar encontrar una explicación a que Ella, pudiendo avisarle de que reservaran hora de entrenamiento juntos, hubiera optado por no decir nada e ir sin él.

Lo fácil, lo evidente, era que, simplemente, para Ella ya no era una prioridad entrenar con él; no necesitaba tenerlo cerca, no le aportaba nada especial. Y aquello no dejaba de ser otro clavo en su ataud, por más que él aún no estuviera preparado para admitirlo.

O mucho cambiaban las cosas, o aquella extraña relación de más de tres lustros estaba alcanzando su fecha de caducidad.