Había puesto tanto empeño en retomar el control, en poner a raya sus sentimientos, que la muralla tras la que había encerrado su corazón se había vuelto realmente impenetrable. Así que ahora se pasaba los días con la extraña sensación de sentirse vacío, de esa calma tensa en la que esperas que pase algo en cualquier momento, de que una parte de él estaba desactivado.
Era el precio a pagar por volver a tener la cabeza en su sitio.