Llevaban más de una semana sin verse, y sin cruzar una sola palabra. Ambos tenían vidas muy ajetreadas, cargadas de responsabilidades y compromisos, de interminables jornadas de trabajo y estudio. Pero se suponían amigos, amigos especiales de hecho, pero no se escribían ni se llamaban. Él sabía muy bien por qué no lo hacía: por su pánico a agobiarla, a pasarse de la raya, a ser «el pesao» y echarlo todo a perder; sabía que, tras unas pocas necedades, de su boca solo saldrían palabras de amor. Pero los motivos de Ella, solo Ella los sabía: él fantaseaba con que Ella también le amaba, pero no quería afrontarlo y por ello lo escondía; aunque en realidad se temía que, simplemente, Ella no tenía esa necesidad de un contacto más cercano con él, no era una pieza importante en su vida. Y aquello le mataba.
El caso es que llevaban más de una semana sin verse, y sin cruzar una sola palabra. Ninguno de los dos, ni una simple palabra.