Y, de repente sonó su teléfono, y casi se le para el corazón al ver que era Ella quien le llamaba. Cuatro millones de cosas le cruzaron por la cabeza en los cinco segundos que tardó en salir de la habitación y contestar, y aunque el motivo de la llamada fuera una bobada, la media sonrisa que le quedó pintada en la cara era bastante elocuente.
Pero después de que el teléfono sonara por segunda vez para otra consulta igual de nimia que la primera, nadie podría sacarle de la cabeza el convencimiento de que Ella necesitaba escuchar su voz tanto como él la de Ella. Y, aunque en lo más hondo supiera que no era verdad, aquella noche se durmió sonriendo: a veces, los deseos sí que se cumplían.