Que Ella confesara públicamente que no estaba bien de ánimos, ya era raro; pero que lo hiciera dos veces en la misma conversación, rayaba lo n insólito. Así que él, una vez vencido el primer impulso de levantarse de la mesa y abrazarla bien fuerte, y dominado por una mezcla de preocupación, ternura y responsabilidad, decidió que tenía que hacer algo, tenía que estar «ahí» por y para Ella. No iba a dar por hecho que Ella lo sabía, esta vez tenía que demostrárselo. Sin condiciones, sin intereses, sin historias.
Ya sabía lo que tenía que hacer: otra cosa sería encontrar el «cómo».