Sentado allí, después de un interminable día de trabajo al que aún le quedaban horas por delante, en el que había conducido cientos de kilómetros, aguantando una aguantando una soporífera charla con un orador ineficiente, oyendo sin escuchar ideas y argumentos tan vacíos como inútiles, sólo podía pensar en que Ella le había escrito preguntando si irían al gimnasio juntos.
Había veces en que una nimiedad hacía que un día mereciera la pena.