Llevaba días sin escribir. Y no porque no encontrara las palabras, como otras veces, sino porque no sentía aquella chispa que encendía el motor de su creatividad. La apatía se había adueñado de él y le había robado las ganas de todo: de trabajar, de entrenar, de estudiar, de inventar, de amar.
Se limitaba a dejar caer su mirada y su sonrisa al sueño, sin importar cómo se rápidas o lentas se fueran las horas.