Aunque seguía con la infantil tendencia de pensar que cada cosa que Ella hacía tenía que ver con él, la tristeza que le inundaba era más reveladora que nunca: había llegado el momento de cambiar, no podía seguir postergándolo. Cambiar de música, cambiar de horarios, cambiar de lugares, cambiar de mundos oscuros, cambiar de esperanzas.
Miles de lágrimas estaban por llegar, cientos de horas sin dormir que le llevarían al límite, decenas de silencios que le reventarían sus tímpanos, y la eterna garra afilada que le estrujaría las tripas cuando la tuviera cerca. A todo tendría que enfrentarse de nuevo, y a todo tendría que vencer por primera vez. Porque, a pesar de algún momento de debilidad, Ella se lo había dejado bastante claro, y los pedazos de corazón que le quedaban empezaban a dolerle demasiado.