Después de una tarde rara en la que no le saludó, apenas si le habló y aparentaba evitarle, Ella levantó la mano para despedirse a lo lejos. A él le habría gustado acompañarla al menos hasta su coche, pero no le dio tiempo. Y eso a pesar de que Ella parecía demorarse y caminar más despacio de lo normal.
Así, cuando él salió al aparcamiento, no le extrañó encontrarla deteniendo el vehículo para volver a despedirse. Pero lo que vio en su cara, la tristeza que dominaba aquella mirada extrañamente larga, le gritó que algo no marchaba bien. A punto de abrir la puerta y sentarse con Ella, trató de contenerse y mostrarse amigable, de representar el papel que tenía asumido, de mantenerse a sí mismo a raya.
Se esforzó en no ver señales, en no interpretar, porque si volvía a hacerlo y se convencía de que Ella le llamaba en silencio, de que le necesitaba, haría saltar todo por los aires con tal de atender su llamada.