Por fin había comprendido la diferencia. Para él, Ella era el Sol: era su fuente de luz y calor, era quien daba la vida. Todo dependía de Ella, todo giraba en torno a Ella.
Pero para Ella, él no era sino otro planeta de su sistema, uno grande e importante quizás cuya órbita se acercaba y se alejaba, pero un simple planeta dando vueltas a su alrededor, al fin y al cabo.
Querer mezclar dos cuerpos celestes de diferentes categorías era imposible, y eso eran ellos: un planeta y su Estrella, una Estrella y uno de sus planetas.