Desde el mismo momento de la Conversación, supo que se avecinaban tiempos duros, realmente duros. Cada día se libraba una batalla a muerte en su interior entre su cabeza y su corazón: la una, recordando sin cesar que estaban en una vía muerta; el otro, proclamando sin remedio que le pertenecía a Ella.
Lo peor era que, como en casi todas las guerras, ningún bando ganaba, sino que perdían los dos.