La adoraba, era superior a sus fuerzas. Por más que tratara de tomar distancia, de sacarla de su cabeza, incluso de fijarse en otras mujeres, Ella era Ella. Y cuando estaba con Ella, afloraba la necesidad de atenderla, de cuidarla, de protegerla, de consolarla, de encontrar cualquier medio que pudiera hacerla feliz, aunque fuera a distancia. Se daba cuenta de que aquella necesidad era algo casi irracional, algo instintivo.
Quizá allí se encontrara la explicación: su amor estaba incrustado tan profundamente en su corazón, que se había convertido en un instinto: indomable, incontrolable, invulnerable, incondicional.