Habían sido tres días maravillosos. No ya solo porque pudiera pasar horas y horas con Ella, o disfrutar de sus miradas infinitas, o sentir erizarse su vello con las caricias furtivas, o las mariposas en el estómago cada vez que Ella decidía situarse descabelladamente cerca de él.
Fueron increíbles porque, tras meses de silencio, desazones y tristezas, de indiferencia y ausencias, Ella seguía estando allí.