En días como aquel, en los que él trataba de acercarse y propiciar encuentros y Ella parecía esforzarse en desbaratarlos, se obligaba a recordarse que, por mucho que Ella reinara en su corazón, en el mundo real nada sabía de Sus sentimientos, ni de Su interés por él -si es que lo tenía-. Aunque de vez en cuando Sus ojos siguieran llamándole a gritos, habían pasado ocho largos meses desde aquel último mensaje que dejaba entrever algo más. Aún así, se aferraba con todas sus fuerzas a que, mientras no lo escuchara de Su boca, todavía quedaba esperanza.
Pero en días como aquel, en que él daba un tímido paso adelante y Ella parecía dar tres pasos atrás, no podía evitar fruncir el ceño, proferir cien maldiciones en silencio, y resignarse a pasar otra noche sin dormir.