Incluso a casi tres mil kilómetros de distancia seguía pensando en Ella a cada instante. A veces creía verla al doblar una esquina o cruzarse con otro grupo de turistas, y aunque su cerebro sabía que era absolutamente imposible que se tratara de Ella, el pulso se le aceleraba igualmente.
El resto del tiempo se lo pasaba reprimiendo el impulso de mandarle una foto o un mensaje para contárselo.