Tal y como suponía, llegó el famoso efecto rebote. Todo había marchado bien, sentados solos, charla social, bromas, anécdotas del trabajo… Hasta que empezó a faltarle el aire. Se le apagó la voz, empezó a divagar, y mientras se despedían con un vacío «ya nos veremos» y él escondía la cabeza, le pareció advertir por el rabillo del ojo un ademán, un movimiento, un algo, por parte de Ella. Y pudo sentir, con absoluta claridad aunque solo durara un segundo, su mirada clavada en él.
Demasiado tarde y demasiado desprevenido, tuvo que huir mordiéndose de nuevo los labios para contener las lágrimas. Otra vez.